El tiempo corre hacia el inicio de la cumbre climática COP 26, con organizaciones públicas, privadas y del sector terciario haciendo los últimos preparativos para participar en lo que podría ser el mayor evento internacional jamás organizado en el Reino Unido. Aunque esta cumbre tiene lugar cada año, excepto la de 2020, que tuvo que ser cancelada por la pandemia, la de Glasgow es la más importante desde la de París, y los ministros del Reino Unido han tratado de tener en cuenta las principales “lecciones” de aquella histórica conferencia de 2015 a la hora de preparar esta nueva edición.
Una de esas lecciones fue la importancia de una “carrera de fondo” antes del evento, en la que los funcionarios franceses buscaron acuerdos con stakeholders internacionales dos años antes del comienzo de la cumbre de París. En 2015, el Gobierno francés puso todo el peso del Estado en el evento, estableciendo al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, que en los años 80 había sido el primer ministro más joven de la historia de Francia en el presidente más eficaz de la COP.
Alok Sharma, ex secretario de negocios del Reino Unido, es el presidente de la COP de este año y ha realizado un gran trabajo diplomático al haber viajado a más de 30 países en los últimos 12 meses. Sin embargo, mientras él ha acumulado millas aéreas, los preparativos del Reino Unido se han visto significativamente obstaculizados por la pandemia y las tensiones geopolíticas, y actualmente Londres sigue luchando para tratar de garantizar la asistencia de los principales líderes mundiales, incluido el presidente chino Xi Jinping, que en el momento de escribir este artículo aún no ha respondido a la invitación.
La ausencia de Xi podría suponer un reto especial para el Gobierno británico a la hora de organizar una cumbre exitosa. China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo y Xi, junto con el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue un actor fundamental en la preparación de la cumbre de París en 2015. Esto incluyó el impulso que dio a la firma del acuerdo climático entre Estados Unidos y China ese año, que ayudó a allanar el camino para asegurar el nuevo tratado climático mundial en Francia.
El hecho de que todavía queda mucho por hacer, desde el punto de vista diplomático, para encarrilar a Glasgow fue destacado por Sharma a principios de este mes, cuando advirtió de que “la COP 26 no es un photocall ni una tertulia. Debe ser el foro en el que pongamos al mundo en la senda de obtener resultados concretos en materia climática. Y eso depende ante todo de los líderes”.
La diplomacia climática se intensifica en octubre y noviembre
Con el “éxito” de noviembre lejos de estar asegurado, Londres, junto con sus principales aliados, está ahora inmerso en un gran esfuerzo diplomático mundial en torno al clima. Esto comenzó el mes pasado en las Naciones Unidas en Nueva York, cuando el Primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, se reunió con sus homólogos de todo el mundo para tratar de conseguir avances en cinco áreas prioritarias clave:
- La transición energética
- El cambio hacia un transporte con cero emisiones de carbono
- Adaptación y resiliencia
- Naturaleza y salvaguarda de los ecosistemas
- Liberar la financiación verde
Será muy difícil llegar a acuerdos sustanciales en todas estas áreas este otoño. En privado, algunas figuras clave que participan en las conversaciones han admitido que el objetivo principal de conseguir suficientes compromisos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de las principales economías probablemente no alcanzará la reducción en un 50% necesaria esta década para limitar el calentamiento global al límite de 1,5 grados Celsius acordado en París.
El objetivo, por lo tanto, puede ser el de intentar mantener vivo el reto de los 1,5 grados con Glasgow estableciendo potencialmente una vía para evitar el peor impacto del cambio climático en las próximas décadas. Un acuerdo de este tipo en Glasgow podría permitir la actualización de los compromisos de emisiones en los próximos años para intentar que el mundo se mantenga dentro de los niveles de carbono recomendados por los científicos.
Sin embargo, incluso ese objetivo sigue estando de momento en la cuerda floja, y por eso el Gobierno británico está llevando a cabo un importante despliegue diplomático, incluso en la cumbre de líderes del G20 de este mes en Italia. En Nueva York el mes pasado, por ejemplo, los esfuerzos del Reino Unido se vieron favorecidos por varios anuncios de alto nivel, como la promesa del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de trabajar con el Congreso de su país para intentar cuadruplicar el compromiso financiero de Estados Unidos para ayudar a las naciones en desarrollo a afrontar la crisis climática, hasta los 11.400 millones de dólares al año.
Sin embargo, incluso con este nuevo impulso económico, el objetivo de un nuevo e importante fondo de 100.000 millones de dólares de los países industrializados para la ayuda climática al mundo en desarrollo sigue siendo un déficit de unos 10.000 millones de dólares al año. Por lo tanto, otros países también tendrán que rascarse el bolsillo.
Por tanto, aún falta mucho por hacer, y el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, volvió a advertir el mes pasado que “si no cambiamos el rumbo, podemos estar abocados a un aumento catastrófico de la temperatura de más de 3 ºC este siglo” por encima de los niveles preindustriales. Instó a todos los países a avanzar lo más rápido posible hacia la neutralidad en carbono para limitar el aumento de la temperatura a no más de 1,5 grados. Por ello, tanto el Gobierno británico como las Naciones Unidas están redoblando sus esfuerzos para animar a los países a adoptar objetivos más estrictos de reducción de emisiones para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados y garantizar que los países en desarrollo que se encuentran en primera línea de la crisis climática reciban un mayor apoyo financiero.
Crear una hoja de ruta para después de la cumbre de Glasgow
Aunque Glasgow será una etapa clave en la batalla contra el calentamiento global, Guterres y otros actores clave ya están mirando hacia adelante también en caso de que la COP no cumpla con las altas expectativas que la rodean. Tras los desafíos de la presidencia de Trump, y con Biden en el poder hasta al menos enero de 2025, y potencialmente durante cuatro años más, puede haber ahora un horizonte de 3 a 7 años para actuar en lo que el presidente de EE.UU. ha llamado una “década decisiva”.
Lo que los principales funcionarios de la ONU y otros esperan, si se puede aprovechar esta oportunidad, es el desarrollo y la aplicación de una hoja de ruta clara hacia la década de 2030. Si bien este puente hacia la próxima década aún requiere una mayor definición, implica no sólo el establecimiento de objetivos ambiciosos, sino también la creación del marco para cumplirlos.
Para ello es necesario aplicar los acuerdos de París y de Glasgow a través de las leyes nacionales, siempre que sea políticamente factible, para que sean más eficaces. Los “compromisos” propuestos por los países hasta ahora, que se espera que se mejoren en noviembre, serán más creíbles -y duraderos- si están respaldados por la legislación cuando esto sea posible.
En Estados Unidos, parte de la razón por la que el entonces presidente Donald Trump pudo desandar el camino andado por Obama con la ratificación de París con relativa facilidad fue que, políticamente, era imposible conseguir que el tratado se aprobara en el Congreso. Por ello, Obama incorporó el acuerdo mediante una orden ejecutiva, que Trump anuló, antes de que Biden la restableciera este año.
En comparación con las órdenes ejecutivas, la legislación es más difícil de revertir. Y esto es así sobre todo cuando se cuenta -como en muchos países- con el apoyo de legisladores bien informados y multipartidistas que pueden poner en marcha un conjunto creíble de políticas y medidas para garantizar su aplicación efectiva.
Si bien los compromisos climáticos asumidos a nivel mundial aún no son suficientes para alcanzar el objetivo de 1,5 grados, se están estableciendo marcos legales nacionales que son bloques de construcción potencialmente cruciales para medir, informar, verificar y gestionar las emisiones de gases de efecto invernadero. En el futuro, el objetivo debe ser que estos marcos se reproduzcan progresivamente en más países. Y ya hay algunos indicios claros de que esto está ocurriendo en numerosos territorios, desde Asia-Pacífico hasta América, a medida que los países tratan de endurecer su respuesta al calentamiento global.
De cara al futuro, Glasgow todavía tiene el potencial de ayudar a crear y poner en práctica lo que podría ser una base de desarrollo sostenible global para miles de millones de personas en todo el mundo. Esto debe comenzar con la aplicación rápida y completa de París, pero tiene que ir más allá y aprovechar la mayor ambición climática que, con suerte, ofrecerá la cumbre de noviembre.
Andrew Hammond dirige Quiller Consultants, y encabeza la oferta de asuntos internacionales de Quiller y Grayling. Ha participado en el proceso de la COP desde Copenhague en 2009, y está proporcionando asesoramiento estratégico a los clientes antes y después de la cumbre de Glasgow en base a criterios ASG.
Para más información, por favor escribe a: globalaffairs@grayling.com